Souvenirs, los recuerdos del no me acuerdo

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Conocemos como souvenir a ese artículo u objeto típico de algún lugar al que vamos de visita y evoca la esencia de la localidad. Existen infinitas formas, versiones y variantes de estos pequeños caprichos que en la mayoría de los casos, adquirimos para hacer ver a alguien que nos hemos acordado de su persona durante nuestro apasionante viaje. Dentro de los diferentes souvenirs que podemos encontrar, me gusta distinguir entre los que implican un bonito recuerdo y los que llevan escrito un no me acuerdo de comprarlo hasta que me marcho. Estos últimos los podemos adquirir en cualquier lugar a última hora y son como comodines válidos a cualquier efecto, sirven sobre todo para quedar bien con alguien que ha gustado de encargarte un souvenir de tu viaje.

En nuestro país es fácil encontrar todo tipo de souvenirs e incluso encargarlos a empresas que fabrican este tipo de souvenirs personalizados. Porque una cosa está clara, los souvenirs, crean sentimientos encontrados en las personas: o te encantan y tienes la casa llena de recuerdos típicos, o los detestas y no quieres verlos ni en pintura. En cualquier caso, existen souvenirs muy logrados y que siempre causan impresión y souvenirs, tan típicos que aburren. En España sabemos bien a lo que me refiero, basta con acercarse a cualquier tienda de recuerdos para entenderlo: gitanas o flamencas por doquier, toros de todo tipo o paelleras con un imán adherido, copan las estanterías y vitrinas de las tiendas. Resulta que los artículos se han convertido en algo manido y resobado que para los españoles, que nos asocien a estos objetos, nos crea una extraña desazón.

Sin embargo, algunos de estos souvenirs, nos gustan tanto que hasta guardamos alguno en el cajón. La variedad es mayor, cada vez existen más motivos y tipos de souvenirs aunque evoquen lo mismo. Tazas, llaveros, pulseras, camisetas, pañuelos, gorras… Lo interesante es saber que hay más allá de nuestras fronteras y adentrarse en los souvenirs de otros países. Vamos a ello.

De lo típico a lo atípico un sinfín de opciones

Lo dicho, un souvenir puede resultar un objeto fantástico como pertenencia propia que atesorar al regreso del viaje, como un cuadro elaborado por un artista local, una vajilla artesanal o una prenda bordada a mano por un lugareño. Pero también puede ser un artilugio terrorífico y pavoroso como esas pequeñas Torre Eiffel, el autobús de dos pisos inglés o su compañera, la cabina roja, o la citada gitana española, por citar algunos ejemplos. Aunque estos posean una cierta gracia propia, no dejan de ser algo que todo el mundo puede tener y por lo tanto, pierde mucho valor.

Un souvenir es ese algo maravilloso que se puede adquirir por el amor a la cosa en si o a la persona a la que se lo vamos a regalar. Cuando se elige con gusto y criterio, tras una cuidosa contemplación de las opciones o encuentras ese objeto único y valioso por su originalidad y origen, se convierte en un tesoro. No tanto por su valor económico que no tiene porqué ser elevado, como por su valor sentimental y el hecho de su búsqueda. Por otro lado, puede convertirse en un peso difícil de soportar, cuando se trata de un algo impuesto para hacerse con ellos, debido al típico “tráeme algo de tu peripecia”, lanzándote una maldición con tintes de condena que te obliga a deambular por esas calles meramente turísticas que poco o nada aportan a tu aventura viajera. En última instancia, llegado el caso, podemos recurrir a las tiendas del aeropuerto donde puedes adquirir ese recuerdo de última hora que dice claramente, “me olvide de ti”.

En los tiempos en los que hacer turismo era menos factible, los souvenirs parecían una cosa seria. Aquellos que podían gozar de realizar un Tour por Europa, traían de sus escapadas cuadros, esculturas, escritorios, iglesias románicas o pirámides que, al llegar a casa, colocaban de forma vistosa en un lugar que permitiera hacer alarde de sus odiseas viajeras. Esto solo hacia enlace a una insospechada perorata cuando llegaban las visitas y, no tenían más remedio que escuchar las historias que envolvían a la consecución del souvenir en cuestión. De ahí a los eternos pases de fotos que sufrimos en la actualidad, no hay mucho camino. Hemos dejado las historias sobre souvenirs a un lado para contarla en imágenes y palabras que invitan a los que visionan y escuchan, a no querer conocer ese país, ciudad o población.

Algo que se hacía en esos tiempos en los cuales el turismo era de otra manera, consistía en dejar tu impronta a cambio: llevarse un trocito del Panteón, una roca del Teide o cualquier objeto fácil de corromper era parte del negocio del turismo. Se pasaban por alto estas hazañas, del mismo modo que cuando hacías fotos en iglesias o museos y te daban el alto. Bajo promesa de no utilizar el flash o dejar la cámara en su funda, te permitían llevarte el carrete y conservar esa foto irrepetible.

El souvenir como trofeo

En eso consiste a veces llevarse un souvenir, conseguir un trofeo por lo dificultoso de obtenerlo o la picaresca que hay que tener para conseguirlo. Eso ya no es tan factible, pues mientras que antes podías hacerte con ese pequeño pedazo de antigua ruina, o llevar tus conchas de la playa en un tarro, ahora es imposible. Prohibición absoluta ante estos actos delictivos es lo que hemos logrado. Bueno han logrado los cazadores de souvenirs de antaño. Ahora se opta por otro tipo de bienes que nos faciliten el recuerdo de lo olvidado y nos permitan recordar lo apoteósico de nuestro periplo, más allá de las fotografías.

Veamos entonces, cuales son los souvenirs más populares que podemos encontrar actualmente en cada país del mundo. Tal vez de esta manera, nuestra próxima experiencia viajera, se rija por el souvenir de turno, sea por anhelar su adquisición, sea por no querer verlo ni de lejos.

Siendo así, empezaremos por la madre patria. España es uno de esos lugares en los que el turismo es ley. Oriundos y extranjeros turistean por un país en el parece ser que lo que más se llevan los guiris son las alpargatas y nosotros pensando en que se trataba de la gitana o el toro. Pues así es, el resto de Europa gusta de calzarse ese tipical spanish calzado, aunque a nosotros no resulte extraño, pues no nos queda muy claro cuál es, o debería ser, el souvenir rey de nuestra impresionante legión de recuerdos.

Si nos acercamos a Francia, lo que se lleva, es llevarse boinas y no Torre Eiffel como cabría esperar. En Reino Unido los paraguas (nada de cabinas o Buckingham Palace ni Big Ben) debido a su imprevisible clima y en los Países Bajos, los zuecos no pasan de moda, eso sí, en versión llavero. Portugal ofrece siempre un curioso gallo coloreado de cuyo nombre no me acuerdo, aunque hace años lo más chic era cruzar la frontera para comprar toallas.

De paseo por Finlandia, podemos comprar unas tazas que triunfan entre el público infantil, los Moomin son unos personajes infantiles que hacen las delicias de los finlandeses y los que allí se acercan. Los daneses en cambio, sugieren Lego como souvenir de marca propia, mientras que en Polonia, el turista se hace con joyas de ámbar. Italia cuenta con un as bajo la manga que deja al Coliseo de Roma y la Torre de Pisa en la retaguardia: los turistas prefieren las máscaras venecianas. Como no podía ser de otra manera, en Alemania, el souvenir por excelencia es la cerveza.

Saliendo de nuestra zona de confort, podemos seguir viajando y conociendo mundo a través de sus souvenirs. Cruzamos el continente y nos encontramos con lo más anhelado de Bolivia: el poncho. Deseamos probar una taza del mejor café de Ecuador y nos encantaría hacernos con una de las hamacas de Brasil. A los que gustan de probar experiencias, Venezuela cuenta con un excelente ron. Los uruguayos proponen piedras preciosas como recuerdos patrios a sus turistas y los chullos corren a cuenta de los peruanos.

Pasando al hemisferio norte, en Estados Unidos, la mejor adquisición que se puede hacer es comprar caramelos, de todo tipo y condición. Su variedad es tan amplia como su territorio. Si visitas Canadá, olvídate de la hoja de arce, porque lo que te vas a llevar es su sirope, codiciado más allá de sus fronteras. Casi nos olvidamos: México confronta a su Katrina con las máscaras de lucha libre, en tanto que Panamá, promete practicidad con la tela mola que es un arte textil tradicional de la tierra.

Retornado al viejo mundo, nos quedamos en Marruecos, donde el aceite de argán se considera un tesoro cosmético. En Túnez puedes adquirir platos decorados y Uganda se encarga de los juguetes, en su caso de fibra de banana.

Damos un salto hasta Japón y, como no podía ser de otra manera, hay que hacerse con papel de origami y origamis artesanos. La India cuenta con especias de todo tipo que adquirir y China, permite llevarse sets de caligrafía. En Mongolia, la lana de Cachemira es más fácil de obtener que en cualquier otro lugar. Si te da tiempo para llegar a Australia, el bumerang te hará regresar al punto de partida: España.

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